Cuando estoy haciendo fotogrfías mucha gente me pregunta por mi cámara, es un armatoste con un cuerpo grande y siempre con trípode, y se queda sorprendida cuando les comento no sólo el tipo de cámara que és, una Hasselblad 503 CW, ¡que bonita!, suelen exclamar, sino el hecho de que disparo sobre película, sólo tengo una pequeña cámara digital, más bien para hacer fotos rápidas a mis hijos, o que mi novia haga fotos para el “making of”, y que además utilice una manivela para pasar el carrete, ¿es vieja esa cámara?, ¿no conoces las digitales?, son dos preguntas habituales. Lo cierto es que utilizo esa cámara primero porque es casi imbatible en definción y calidad de imagen y segundo porque tiene todo lo que necesito para expresear lo que yo veo y como lo veo.
Hasta mi segunda exposición individual no tenía formada una pequeña teoría de cómo quería hacer ver mi trabajo, y porqué quería que fuese visto de una determinada manera. Hasta entonces había realizado una exposición ( “Madrid; arquitecturas soñadas”) con una cámara de 35 mm y algunas fotos de la serie “Paisajes”, que es una seríe con principio pero sin fín, ya con mi “Hassel”. Sí tenía claro que mi nueva cámara me estaba cambiando, estaba formanado en mí un espíritu diferente y que el hecho de tener que utilizar carretes de doce fotografías, utilizar el fotómetro y regular las medidciones en el objetivo manualmente, me gustaba, me daba una especie de paz interior, y hacía que tomase mucho tiempo en hacer una fotografía y pudiese disfrutar del objeto, cualesquiera que fuese, fotografiado. Un viaje a Roma en otoño de 2007, y conversar con unos turistas españoles, me hizo vislumbrar lo que sería mi trabajo a partir de entonces.
Estaba sentado en un banco de una plaza cualquiera, no recuerdo cual, y se me acercaron unos turistas para que les hiciese una foto; resultó que eran españoles y la conversación derivó hacia los lugares que habían visitado en su viaje. Roma era la última etapa de un periplo que incluyó Venecia, Verona, Florencia, Pisa y Roma misma en diez días. Bueno, ¡conocían casi toda Italia!; cuando se fueron me quedé pensando en lo que me habían dicho y me vinieron a la cabeza varias preguntas: debe ser la sexta o séptima vez que estoy en Roma y todavía no la conozco de verdad. He estado un par de veces en Venecia y sólo tengo vagos recuerdos; habré estado cuatro o cinco veces en la Toscana y en cada nuevo viaje descubro nuevas y maravillosas sensaciones. ¿Cómo es posible que alguien conozca, en sólo diez días cinco ciudades de tamaño considerable, más algunos pueblos de propina en ese tiempo?; ¿que habrían retenido en su retina, si habrán visto decenas y decenas de monumentos y edificios a una media de 5 minutos como muchísimo por cada uno?.
Si yo a veces me puedo pasar una o dos horas sentado delante de la columnata de Bernini en el Vaticano, o que en cada viaje que hago a Roma, mi primer destino es ineludiblemente el cementerio protestante o “de los ingleses” en el que paso horas leyendo las inscripciones y epitafios de las tumbas, incluso bajo una fina y referescante lluvia de primavera, ¿soy un bicho raro o la gente no puede, físicamente hablando, “conocer” nada en cinco minutos?.
Cementerio Protestante (Roma. Momentos de solitud)
En ese momento recordé algunas cosas que había leido sobre la estética en Aristóteles y la contemplación y la belleza en Plotino. Entonces lo ví claro, yo quería enseñar a la gente a contemplar, que es radicalmente diferente a mirar, porque contemplar requiere tiempo y requiere abstracción, y decidí que mi siguiente exposición estaría dedicada a Roma, y a compartir con los que quisieran verla, lo que yo entendía, y sigo entendiendo, como el objetivo de mi mirada.